Yo soy anti sistema. Todo lo que sea ir ir en contra de lo establecido, léase bancos, sistema de educación tradicional, sistema económico, clases sociales, me gusta y me interesa. Y no es que sea una rebelde sin causa, para nada. En mi vida personal llevo una vida bastante tradicional, o al menos lo intenté, pero eso es otra historia.
Lo que aquí hoy nos convoca, es el apasionante tema de los Bitcoins, es decir, esa moneda que no pertenece a ningún país, no tiene un sustento material en algún banco como por ejemplo en Colombia, que supuestamente el dinero que está en el mercado está reflejado en una cantidad de oro que reposa en el Banco de la República, y por eso podemos hacer transacciones con respaldo y seguridad. Bueno, más o menos. Pero esa tambien es otra historia.
El Bitcoin nace como una necesidad de no depender de los sistemas económicos de oferta y demanda tradicionales, sino crear una moneda libre en la que supuestamente gana el que sabe invertir en el sistema. Y para eso hay que tener agallas, porque es una inversión llena de riesgos.
Mi curiosidad con los bitcoins comenzó cuando un compañero actor me contó que su hijo de 22 años, lo había más o menos obligado a darle un millón de pesos para comprar un bitcoin completo (en esa época se podía comprar un bitcoin por ese valor, hoy cuesta sesenta veces esa cifra, o más, no sé). Mi amigo, lleno de culpa por su poca presencia como padre en la vida de su hijo gracias a la inestable profesión de actor y al gusto de mi amigo por el alcohol, decidió no hacer muchas preguntas y le entregó a su vástago la suma sin hacer muchas preguntas. Pues resultó que justo después, el bitcoin entró en una burbuja de crecimiento descomunal y mi amigo, o más bien, su hijo, vendió el bitcoin por 20 veces su valor, o sea $20 mi llores de pesos, en un poco menos de un año. Y mi amigo ganó lo inesperado, y su hijo pudo montar el restaurante que tanto anhelaba. Suerte de principiante? Es posible, pero la historia esa buena.
A mi la plata no es que me seduzca, realmente lo que me gustó fue la historia y me empecé a interesar.
Nunca me atrevía a hacerlo, no sabía cómo y cuando lo intentaba, me daba entre desconfianza y miedo y lo volvía a posponer. Pero un día, así como se toma la resolución de hacer ejercicio, o de no comer pan, esa no la he hecho ni me interesa, tomé le decisión de tomar clases de cómo invertir en criptomonedas, y me lancé.
Buenísimo, en la clase entendí todo, me sentía una dura para el tema, me soñaba haciendo inversiones descomunales y luego ganando como mi amigo para hacer una película o montar una obra de teatro interdisciplinar con medios digitales (por supuesto la película cuesta mucho más que eso, y la obra de teatro no tanto pero también). Pero cuando llegó la hora, bajé la aplicación, se llama Binance por si les interesa, (no es un anuncio pagado ni mucho menos, es la que yo usé y me parece más o menos amigable), y me lancé a comprar.
Entré en pánico y cancelé la oferta de compra y la aplicación me regañó diciendo que si cancelaba tres veces más me suspendían o algo así. Glup. No me iba a dejar ganar. Volví a intentarlo y aunque tenía que hacer una transacción sin saber sino el nombre y número de cédula del vendedor, sin tener muy claro qué carajos estaba comprando, lo hice. Transacción terminada, ahora eres dueña del 0,00000492 de un Bitcoin. Lo hice. Ufff, qué rush de adrenalina tan particular. Me gustó, no lo puedo negar.
Pero ¿por qué escribo este blog? ¿Para que compren bitcoins? No. ¿Para dar consejos de inversión? Menos. Solo para que sepan, si es que no se han dado cuenta, que este mundo como lo conocíamos, está cambiando de verdad a una velocidad extravagante. Que todo se está viniendo abajo, y para ser sincera, eso para mi es una buena noticia. El mundo de antes, la vida de antes, no era un buen lugar para vivir ni una buena vida para tener, el mundo sigue sin serlo, pero ahora sin duda ya no hay vuelta atrás. El bitcoin es solo un reflejo del enorme cambio, y yo quiero estar ahí para vivirlo, así pierda dinero en esta primera inversión. Ya les contaré.
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